Campesinos indonesios defienden sus tierras ante la fiebre del níquel
Tres mujeres armadas con machetes vigilan su explotación en una colina en la isla indonesia de Wawonii, con las armas apuntando a los mineros que trabajan algo más abajo, en una zona deforestada por la fiebre del níquel.
"Apunto con el machete hacia sus rostros. Les he dicho: 'si tocáis esta tierra, vuestras cabezas van a caer, defenderemos esta tierra hasta la muerte'", afirma Royana, una aldeana de 42 años, al contar su enfrentamiento reciente con los mineros.
La tierra rojiza cavada por las máquinas refleja el apetito de los grupos locales y extranjeros por el níquel en Indonesia, el mayor productor mundial de este metal crucial para las baterías de vehículos eléctricos.
Pero su auge amenaza el medioambiente y los derechos de los agricultores sobre sus tierras como ocurre en Wawonii, cercana a la gran isla de Célebes, rica en recursos naturales y hogar de especies raras como los macacos negros o los talégalos maleos, una ave amenazada.
Cada día, una decena de aldeanos de Wawonii montan guardia por turnos en una cabaña en medio de los claveros, un árbol autóctono, para controlar a los mineros y las máquinas que extraen el mineral.
Royani, que solo tiene un nombre como muchos indonesios, se unió a ellos después de que cientos de árboles de su familia fueron arrancados.
"Cuando vimos que no quedaba nada, estábamos destrozados", dice Royani, que quiere proteger la tierra de su familia y de sus vecinos.
Pero los adversarios son poderosos. La demanda por este metal atrajo a Indonesia a grupos chinos, surcoreanos, al gigante estadounidense de vehículos eléctricos Tesla y a la sociedad minera brasileña Vale.
Decenas de fábricas de tratamiento del níquel se construyeron recientemente en la isla de Célebes y hay muchos otros proyectos anunciados.
- "Continuar luchando" -
El grupo indonesio Gema Kreasi Perdana (GKP), controlado por una de las familias más ricas del país, dispone de dos concesiones de un total de 1.800 hectáreas en Wawonii.
Los insulares aseguran que el grupo quiere extenderse y que sus empleados los intentan convencer para ceder sus tierras.
Interrogados por la AFP, ni GKP, ni el gobierno, ni la agencia local de energía comentaron esta problemática.
"Ni siquiera por 1.000 millones de rupias (65.000 dólares) lo vendería", asegura Hastati, un agricultor de 42 años cuya parcela de anacardos fue parcialmente destruida.
Varios habitantes fueron detenidos en manifestaciones, disturbios y enfrentamientos armados provocados por estos conflictos.
Hastoma, un agricultor de cocos de 37 años, dijo que estuvo detenido 45 días tras unos disturbios.
Otros lugareños bloquean los vehículos de los mineros o incendian sus equipos. Incluso algunos mineros fueron retenidos como rehenes durante 12 horas.
"Si me quedo en silencio (...), el lugar donde vivimos va a ser destruido", dice Hastoma. "Voy a continuar luchando para defender nuestra región", agrega.
- Museo del níquel -
Aunque en numerosas regiones indonesias los catastros son incompletos, un decreto presidencial de 2018 reconoce los derechos de los agricultores sobre las tierras que cultivan.
Los tribunales fallaron también en varias ocasiones a favor de los habitantes frente a las mineras en base a una ley de 2007 que protege las zonas costeras y las pequeñas islas.
Pero Yakarta presiona para atraer inversores.
"El problema es que los permisos de minería a menudo son otorgados unilateralmente" por el gobierno en tierras que han "sido cultivadas desde hace años", dice Benni Wijaya, del Consorcio para la Reforma Agraria.
Las empresas chinas figuran como inversores principales, con más de 8.200 millones de dólares en 2022, más del doble que el año anterior, según datos del gobierno.
En el centro de Célebes, China construyó enormes infraestructuras de tratamiento del níquel, unas inversiones que a menudo comportan más contaminación y tensiones por las precarias condiciones laborales.
- Aguas rojizas -
La costa suroriental de Célebes paga gran parte de los daños ambientales provocados por esta actividad.
En una aldea en la región de Pomalaa, las casas sobre pilotes flotan sobre una agua enfangada y rojiza por los residuos de esta industria donde nadan los niños del lugar.
"Cuando no había minas, el agua no era así. Estaba limpia", dice Guntur, un aldeano de 33 años.
Los pescadores también notan el impacto de la contaminación. Asep Solihin señala que ahora debe llevar su barco más lejos para atrapar peces.
"Solo somos capaces de sobrevivir", dice el hombre de 44 años, que participó en manifestaciones contra las minas. "En lo alto hay las minas y abajo el barro. ¿Qué pasará con la próxima generación?".
Pero no todos los habitantes son contrarios a la minería. Algunos obtuvieron un trabajo y otros vieron su pequeño negocio prosperar.
Sasto Utomo, de 56 años, vende cangrejo a la pimienta negra y arroz en una parada cerca de una fábrica de níquel en Morosi.
"Estoy totalmente a favor de las fábricas. Antes no vendía nada. Gracias a Dios, mis ingresos aumentaron".
Estas inversiones ayudaron a reducir la pobreza en la mayor economía del sureste de Asia que, según su presidente Joko Widodo, "continuará avanzando" para convertirse en un país desarrollado.
Pero Royani sigue determinada a seguir luchando en contra de estas inversiones para defender sus tierras. "¿Y qué podemos hacer?", se pregunta la mujer.
(H.Schneide--BBZ)