Conflictos étnicos en el sur de Sudán reabren viejas heridas
Después de que su familia fuera masacrada y su casa incendiada, el granjero Ayoub Haroun buscó refugio en una escuela junto a decenas de miles de personas que huían de los nuevos conflictos étnicos en Sudán.
Más de una semana de violencia el mes pasado en el estado del Nilo Azul dejó al menos 105 personas muertes y muchas heridas en un complejo conflicto entre grupos rivales con arraigados agravios por el control de la tierra y la lucha por el poder.
"Los disparos eran constantes, desde la mañana a la noche cada día", dice Haroun, ahora refugiado en la antigua escuela de la ciudad de Damazin, a unos 450 km al sur de la capital Jartum.
La violencia fue la culminación de latentes tensiones étnicas entre el pueblo hausa y otros grupos rivales como los barta, pero ha puesto de relieve el colapso de la seguridad del país desde el golpe militar del año pasado liderado por el general Abdel Fatah al Burhan.
Desde el levantamiento de octubre, las recurrentes manifestaciones prodemocracia fueron respondidas con represión de las fuerzas de seguridad que han dejado al menos 116 personas muertas.
Antes de los disturbios en el Nilo Azul, la región occidental de Darfur presenció meses de choques étnicos que mataron a cientos de personas.
"No nos quedó otra opción que defender nuestras tierras", dice Al Jaily Abdalla, de la tribu hamaj. "Nuestras casas fueron calcinadas, la destrucción se esparció por todos lados y hubo múltiples muertes".
- "Mi casa fue quemada" -
Haroun, de la etnia hausa, se quedó sin casa, uno más de las 31.000 personas de ambos bandos forzadas a dejar sus hogares, según Naciones Unidas.
"Mi hermano y mi sobrino fueron asesinados y mi casa fue quemada junto a las del resto de mi familia", dijo.
Cada lado culpa al otro de iniciar la violencia y acusa al gobierno de respaldar al bando opuesto.
Los enfrentamientos desencadenaron enfurecidas protestas por todo Sudán en las que el pueblo hausa pedía justicia por los asesinados. Otras protestas pedían "unidad" y "acabar con el tribalismo" en esta empobrecida nación del noreste de África.
A finales de julio, líderes de los grupos rivales acordaron un alto el fuego, pero hace falta un acuerdo de paz y reconciliación más estable.
El Nilo Azul, una región inundada de armas que hace frontera con Sudán del Sur y Etiopía, todavía está en medio de una costosa reconstrucción tras décadas de guerra civil.
Los conflictos asolaron la zona entre mediados de 1990 y 2005 y resurgieron de nuevo en 2011 cuando etnias minoritarias combatieron al entonces autoritario presidente Omar al Bashir.
Tras su caída en 2019, los rebeldes, incluidos los de Nilo Azul, firmaron un acuerdo de paz, el último de una serie de pactos que buscaban poner fin al conflicto.
Los manifestantes prodemocracia de Sudán acusaron a los dirigentes militares y a los antiguos líderes rebeldes que firmaron el pacto en 2020 de exacerbar las tensiones étnicas en el Nilo Azul para su provecho personal. Las autoridades rechazan estas acusaciones.
Desde los disturbios, se han multiplicado los llamados a suspender el acuerdo.
"No trajo ninguna paz", dice Obeid Abu Shotal, líder de los barta, que ven a los hausa como un pueblo no indígena.
Pero el conflicto de ahora no es tanto contra el gobierno, sino por el derecho sobre las tierras.
Los hausa, prominentes en el oeste de África, empezaron a llegar al Nilo Azul hace un siglo "en busca de tierras de pasto para su ganado", según el centro de reflexión International Crisis Group.
Actualmente, unos tres millones de sudaneses son hausa, una etnia reputada por sus habilidades ganaderas.
Las tensiones persisten con grupos que consideran propias esas tierras. Y cuando los hausa solicitaron a las autoridades hacerse ellos cargo de sus asuntos, la violencia estalló, dice el líder hausa Abdelaziz al Nour.
- "Una línea roja" -
Algunos vieron eso como un intento de hacerse con el control de la tierra.
"La tierra del Nilo Azul es una línea roja para nosotros", dice el veterano líder barta Abu Shotal, señalando que "solo pertenece a la población originaria" de la región.
La calma se restauró tras un fuerte despliegue de tropas desde la capital estatal, Damazin, pero todavía está vigente un toque de queda nocturno.
En el mercado, algunas tiendas permanecen cerradas y otras muestran todavía daños de esos disturbios.
"El mercado solía estar concurrido", dice Mohamed Adam, propietario de una tienda de alimentación. "Ahora ha habido mucho menos trabajo y todo el mundo se ha ido", lamenta.
Haroun, todavía llorando a sus familiares muertos en la escuela convertida en refugio, solo quiere reconstruir su vida.
"Solo queremos que las cosas vuelvan a ser como eran", dijo.
(H.Schneide--BBZ)